EL ATAJO

 



El doctor Paolo Rivera, reaccionando al llamado de emergencia, salió de manera inmediata rumbo al pueblo San Francisco. Cruzar la accidentada carretera en auto, era sumamente arriesgado, pero para el doctor eso no era impedimento. Manejando con los ojos puestos al frente, unos rayos y relámpagos avisaban una gran tormenta, aproximándose. Un pájaro desorientado chocó de forma imprevista contra la ventana frontal del auto, asustando al doctor. Se detuvo bruscamente para limpiar y coger al pájaro muerto, de la ventana. Lo botó por el abismo próximo a la carretera. Continuando su trayecto decidió manejar más despacio cuando la tormenta lo atrapó. Subiendo tras una zigzagueante vía, ante sus ojos se presentó un atajo. Pensando en la posibilidad que aquella senda redujera el tiempo de llegada, dispuso a tomarlo. Adentrándose poco a poco, pudo percatarse que era una zona inhóspita donde pareciera que ningún ser humano había llegado. Viendo que el atajo terminaba en una vía sin salida, dio media vuelta con el auto. Avanzó unos metros y tras unos minutos pudo salir a la carretera principal. Lanzó un grito de victoria sin embargo, segundos después regresó al atajo de manera automática, sin saberlo. Viéndose volver nuevamente al lugar donde había estado, hizo la misma acción. Sus esfuerzos eran en vano ya que siempre regresaba al lugar del principio. La tormenta estaba en curso, tenía que llegar a ver al paciente aquel. Se bajo del auto considerando la emergencia de estar ya al lado de su paciente. Caminando tras los fuertes vientos junto a cada segundo que el cielo se llenaba de rayos y relámpagos, no se hubiese imaginado ni en sus peores pesadillas estar en esas circunstancias. Seguía caminando maldiciendo su arriesgada decisión, repitiéndose que nunca más haría algo así hasta que tras una larga caminata observó de fondo que la carretera principal estaba cerca.
Sus piernas estaban entumecidas, su ropa absolutamente mojada, se resistía a darse por vencido, ya no faltaba nada para llegar a la salida. Estando en la avenida principal comenzó a hacer señas para que algún conductor lo ayudara y llegar hasta el pueblo. Un auto de color negro se detuvo de pronto.
- Muchas gracias, buen hombre – dijo el médico al acercarse al auto.
- ¿A dónde se dirige? – preguntó, el conductor.
- A San Francisco. Mi auto se descompuso y temo que llevo retrasado mucho tiempo –
- No se preocupe, súbase rápido. Debe estar con mucho frio y puede pescar un resfriado –
Estando dentro, comenzó la debida presentación.
- Así que usted es médico y esta yendo a ver a un paciente. ¡Que interesante debe ser su trabajo! –
- Hay momentos, no siempre, pero me gusta mi trabajo. Es lo importante –
- Cuidar de otros, ya es hacer mucho. ¿No cree, doctor? –
- Nunca es suficiente. En mi profesión, nunca se termina de ayudar. – respondió el médico, algo ofendido.
El conductor lo vio con un rostro irónico. - Mi trabajo es algo similar al suyo, pero no tan abnegado como siento que es el suyo– acotó, el conductor.
- ¿Cuál es su trabajo, buen hombre? – preguntó admirado, el médico, al referirse de tal modo a su labor.
- Guiar a alguien perdido como usted – respondió con una sonrisa espeluznante. En ese momento el rostro del conductor cambio. No tenía rostro, su piel se tornó en diversas verrugas de manera uniforme. El médico entonces sintió que comenzó a flotar junto con el auto al lado de su acompañante.
- Soy un dios que cuida esta zona. Me llaman Neonémesis. Conduzco a gente a su destino espiritual de acuerdo con los actos en su vida terrenal – dijo aquel ser comunicándose de manera telepática.
- Un momento………. eso quiere decir, ¿que estoy muerto? – dijo sorprendido, el médico.
- Correcto. Ahora iremos al verdadero lugar que te mereces, médico corrupto – dijo el ser con voz enérgica provocando un eco terrorífico al que lo oyera. El médico al ver que se iban adentrando en un hoyo que formaba un remolino de fuego, gritó de desesperación. Al entrar totalmente, el remolino fue desapareciendo lentamente hasta desvanecerse de manera completa. La carcajada del Neonémesis se escuchó vibrar por todos los alrededores mientras la tormenta llegaba a su fin.

Comentarios