Impuso sus ojos en los míos anunciando su llegada. En mi rostro se dibujaba la felicidad. Su voz temblorosa inundaba la habitación. Viendo su alma etérea tan cerca a mi, dijo: - Acá estoy nuevamente -
Se me hacía un nudo en la garganta. Verla después de mucho tiempo, era un deseo cumplido. Casi era una desconocida a comparación de esos días que solía echarme bajo su regazo.
La mire explorando cada parte de su rostro. Aún tenía esa esencia en su mirar que me transmitía paz.
- Ya no soy la misma. Ahora he cambiado - me dijo con la voz grave. Esa dureza la hacía parecer otra.
- No seas injusta. No sabes cuánto clamé y lloré por ti -
- Supongo que lo suficiente para estar hoy, presente - dijo sin miramientos.
Sonreí y la abrazé fuertemente sintiéndome parte suya. Ese calor volvió a confundirme en mis sentimientos más profundos. Ella se alejó de mi despacio y con calma. Me miró de frente y dijo: - Ahora dime, ¿Qué es lo que en verdad quieres? -
- Que estes acá conmigo. Estar juntos como antes - respondí eufórico.
- Bien sabes que eso es imposible, Alejandro -
- Pero aún estamos a tiempo -
Soplé un polvo sobre ella. La fé volvía a mi vida mientras pronuncié la oración que me ayudaría a traerla del otro lado. Retumbó la cripta y con esto, ella desapareció. Después de unos minutos, supe que el ritual había funcionado. Su rostro volvió a ser el más bello. Habían cicatrizado las heridas de su cuerpo.
Lamentos se oyeron por todos lados pero no hacía caso a ninguno. Ella me besó apasionadamente para después succionar mi alma.
Caí rendido y pálido convertido en lo que ella fue. Un cadáver grotesco, inmundo y mal oliente.
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