Di un breve respiro
para proseguir con la búsqueda. Me acompañaba mi mujer con sus reconfortantes
abrazos. Una vez más, debíamos continuar buscando a mi hijo perdido a pesar de
que los años habían pasado, aun aguardaba la esperanza de volver a encontrarlo.
Un sorpresivo aguacero comenzó, pero no impediría
seguir con nuestra búsqueda. Con las manos heladas, abrí el paraguas y
comenzamos nuevamente la marcha. Avanzamos por un empinado camino que nos conducía
a un valle. Mi mujer tarareaba aquella canción que le gustaba oír a mi hijo
hasta quedar dormido sobre su regazo. Al recordar esto, nos embargó una
profunda tristeza. Lentamente avanzábamos, a nuestra edad era casi un milagro
seguir de pie y mucho más, seguir con vida.
-
¿Hace cuánto que no luchas,
viejo? – pregunto curiosa, mi mujer.
-
Te equivocas, mujer. Siempre
estoy luchando a tu lado para buscar a nuestro hijo – respondí.
-
Lo decía por ti. Nunca
luchaste por ti y por descansar en paz. -
-
Me niego hacerlo, además estas
acompañándome y eso lo valoro mucho –
-
Temo que hasta hoy te
acompañare, viejo. – acoto, mi mujer y elevándose hacia el firmamento con un resplandor
que me cegó, desapareció.
Mientras el aguacero
mojaba mi arrugado rostro, agradecí su compañía y envié un beso como nunca lo había
hecho, hacia el cielo.
Comentarios
Publicar un comentario