URPI.

 














Al terminar el relato, la pequeña Urpi sopló la vela, quedando a oscuras su habitación. Dándole un beso en la frente, su papá se alejó de ella. - ¿Es solo una historia, papi? – preguntó la niña envuelta en sus sábanas. - Si, es para dormir a niñas como tú. Te quiero, mi chiquita – dijo el padre, cerrando la puerta y alumbrando con su lámpara rústica, el pasillo por donde caminaría. La oscuridad era interrumpida por el fulgor de aquellas lámparas puestas en determinados lugares específicos de la casa. Siendo las diez de la noche, eran apagadas una por una. Los ruidos del bosque que rodeaban la humilde casa hecha de hojas de irapay y horcones de lupuna , acompañaban al sofocante calor nocturno que emanaba. A la mañana siguiente, tras la lluvia que duró toda la madrugada, el papá de Urpi enfundo la escopeta alistándose para la caza del día. El sol abrasador anunciaba un gran día caluroso, era un buen augurio de buena caza. Hora después habiéndose internado en la espesura de la selva, el hombre se alistaba para cazar a su presa; un ingenuo venado era el blanco perfecto. Apuntó y presiono el gatillo disparando mortalmente al venado, cayendo este, en el acto. Acercándose al venado y orgulloso por su acción se dispuso a amarrarlo para llevárselo arrastrado. Todo iba bien hasta que sintió un azote en la cabeza haciéndolo caer desfallecido. Luego vino varios golpes en la cabeza que él mismo se los producía, contra un árbol. A cada segundo, su cabeza iba partiéndose, logrando abrir consideradas heridas por las cuales iba desangrándose lentamente. Urpi asaba unos pescados junto al fogón, sabiendo que su padre no demoraría en regresar. De pronto, una voz la llamaba insistentemente. Era la voz de su padre. - Papi, pero ¿Qué te ha pasado? – dijo la niña, acercándose a su papá preocupada, ya que veía que estaba herido. - FUE UN ACCIDENTE – gritó, déspotamente a la niña – VE TRAE ALGO PARA CURARME – ordenó. Ante la terrible reacción que tuvo con ella, Urpi se entristeció; sin embargo, entendía que se debía al dolor de las heridas. Trayendo una gasa, yodo y alcohol procedió a curar a su papá. Sentía que el respiro de su papá era apresurado junto con sus pulmones que silbaban; ante tal descubrimiento pensó que podría ser principio de pulmonia. También tenía leves moretones en el cuello, esto fue aún más extraño ya que le producía un escozor por ratos. - NECESITO COMER – gritó furioso – VE SI YA ESTAN ESOS PESCADOS – dijo el padre, soltándose la gasa de la cabeza. La pequeña pidiendo disculpas fue de manera inmediata a la cocina. En ese instante, un guacamayo de color rojo se posó al lado del fogón. Ante la ternura que encontraba en el pájaro al verse reflejada en sus profundos ojos negros, la niña decidió acercarse al ave. Asomando su pico a la frente de Urpi , el ave trato de acariciarla de manera tal que la niña sentía paz y protección. Unos segundos después, el guacamayo voló hacia una lámpara. Una y otra vez apuntaba al objeto mientras parloteaba. - ¿Deseas que encienda la lámpara?, pero si aún es de día – decía Urpi al guacamayo. El pájaro se ponía aún mas insistente. Sin mas que cumplir el deseo del ave, Urpi encendió finalmente la lámpara. En ese instante, su padre la llamaba. - Mi papá me necesita, te dejaré acá para que juegues y en seguida vengo, ¿ya? No te vayas - dijo Urpi llevando los pescados con unos plátanos asados. Al ir junto a su padre vio que milagrosamente estaba de pie. En ese instante la pequeña se percató que una pierna era mas corta que la otra, supo entonces que aquella persona no era su padre. - Tú no eres mi papá, ¿Quién eres? – reclamo la niña. El guacamayo voló ante ellos trayendo la lámpara, soltándolo directamente sobre la cabeza de ese ser. Dándole picotazos reiteradamente por todo el cuerpo junto al fuego que nacía entre sus piernas, el ave logro reducirlo. Aquel ser huyó despavorido hacia la espesura de la selva envuelto en llamaradas. Luego de aquel episodio el guacamayo posándose en el hombro de Urpi, se acurrucó sobre su rostro mientras la pequeña pudo reconocer que era su padre consolándola, como solía hacerlo cuando ella temía a algo. Aquel ser demoníaco había convertido a su padre en aquella ave. - Papito, te cuidaré. No te preocupes – dijo dándole varios besos en la frente al ave. Sonrió de alegría al sentir que no estaría sola mientras le alcanzaba un pedazo de plátano asado en el pico.

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